LA PREPOTENCIA DE LA AUTORIDAD PASAJERA

 Hace ya algunos años, durante un viaje en tren, observé alguna situación que despertó en mi la necesidad de escribir unas líneas que, finalmente y hasta el día de hoy, fueron pospuestas.

La razón de la inspiración de entonces -puramente teórica- ha escapado de mi memoria. Tampoco puedo afirmar ahora las razones por las que no llegué entonces a escribir sobre aquello que me motivaba y que, sin duda, sucedería al título con el que rotulo lo que ahora sale de mi ser.

LA PREPOTENCIA DE LA AUTORIDAD PASAJERA responde al ejercicio, unas veces ejecutado y otras muchas sufrido, por todos nosotros. En ciertos momentos, por las circunstancias que se imponen, uno tiene la posibilidad de malograr, por un tiempo limitado, el futuro inmediato de otro.




Así, por ejemplo, se me ocurren situaciones de la vida cotidiana que a nadie escapan. Pensemos en el conductor de autobús que, advirtiendo por el retrovisor del vehículo, la carrera de un potencial pasajero justo de tiempo, acelera a fin de dejar fuera del vehículo al prisionero del tiempo. En definitiva, la denominada “mala uva” que diría mi madre o la “mala idea” que todos reconocemos…

Pues bien, esta mañana, al igual que aquel día nublado en el olvido de mi memoria, he vivido una situación que merece ser contada y que, esta vez, no pienso posponer,

Mi oficio, el ejercicio de la abogacía en el ámbito penal, exige muchos desplazamientos y coincidir con multitud de personas -muchísimos de ellos funcionarios- en dependencias judiciales y de los cuerpos policiales del Estado. Los hay educados e, incluso, simpáticos, pero, evidentemente, también los hay muy maleducados y con pocas ganas de agradar. Sin embargo, nunca, JAMÁS, me he topado con un tipejo de la bajeza intelectual, moral y profesional como la de aquel policía acomplejado que, queriendo mandar a toda costa, se sentía con la potestad de decidir sobre el tiempo de los demás y con la arrogancia de tratar con desprecio a quienes coinciden, por desgracia, con él en el tiempo.

Si alguno, por las razones que sea, acude a la comisaría “Villa de Vallecas” que trate de escapar de aquel sujeto, policía poco capaz, de pelo moreno, mediana edad, estatura media y voz chillona. No le ha debido tratar muy bien la vida porque, sencillamente, desprende amargura y maldad.

Aunque no es agradable coincidir con una mala persona que, además, se empeña en pregonarlo, mucho peor debe ser tener que trabajar con él o compartir más tiempo que aquel que, equivocadamente, y como ha podido comprender hoy, cree poder controlar.

 Pues eso, este poli, como aquel conductor de autobús y como yo mismo tenemos una autoridad pasajera que, por común, no debería ser objeto de ser engalanada. La diferencia no está en el puesto que se tenga, en todos los desempeños existen momentos en los que se ocupa una posición de dominio sobre otro y, si no somos estúpidos como el loco de la comisaría de Villa de Vallecas, deberíamos controlar impulsos caprichosos propios de un parvulario y no de quién, desgraciadamente, tiene autorización para portar un arma.

¡Dios nos pille confesados y lejos de aquellos que fracasaron en el intento de ser felices!


                                                                                                                                                            Coloradín Perborato

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