Quiso
ser Tosca y Violetta, no obstante tuvo que conformarse con ser Rosina, Carmen,
Angelina, Charlotte, Dorabella, Cherubino, Zerlina y otras muchas personalidades
de la lírica que, en realidad, eran una sola; la propia Teresa Berganza.
El
inicio de mi admiración hacia una de las artistas que más he venerado se
remonta a aquellos días de mi infancia madura en los que, tomando prestadas las
cintas de casetes y los cd de ópera y zarzuela que tenía mi padre en su
biblioteca, trataba de profundizar en un género al que ya había llegado de
manera inconsciente. Recuerdos muy presentes de entonces son sus grabaciones de
“La Dolorosa”, de “Los Claveles” y de “Carmen”.
Otras
muchas grabaciones me fueron descubriendo, junto a la Berganza, a otros cantantes
españoles de su tiempo y otros más remotos de los que, en mayor o menor medida,
también fui disfrutando. Pilar Lorengar, Montserrat Caballé, Victoria de los
Ángeles, Jaime Aragall, Alfredo Kraus, Plácido Domingo, Pedro Lavirgen, Inés
Rivadeneira, las hermanas Nieto, Consuelo Rubio, José Carreras, Juan Pons,
Manuel Ausensi, Carlos Munguía, Marcos Redondo, José Mardones, Antonió Campó,
Miguel Fleta, Hipólito Lázaro y otros muchos nombres que no quiero despreciar
se fueron familiarizando con mi día a día interior dándome la posibilidad de viajar
y conocer un propio ser que antes estaba oculto. Luego, cuando mi gusto por la
zarzuela empezó a convivir con mi gusto por la ópera, fui descubriendo a otros
maravillosos cantantes internacionales que terminaron de reafirmar la melomanía
aguda que sufro hoy.
Pero,
más allá de todas aquellas grabaciones que entonces me parecían infinitas, lo
cierto es que nunca tuve la ocasión de disfrutar en vivo de una mezzosoprano lírica
cuya voz parecía haber sido tallada al antojo de Rossini y de Mozart.
Haciendo
caso a sus propios testimonios, no cabe duda de que la vida de quien fue señalada
como la mezzosoprano del siglo -afirmación recogida en el periódico francés
“Le Figaro” al relatar el debut operístico de Berganza en 1957 como Dorabella (Cosí
Fan Tutte) que tuvo lugar en Aix en Provence- serviría para inspirar la trama
de una ópera moderna.
Nació
en la calle de San Isidro de Madrid tres años antes del comienzo de la Guerra
Civil en el seno de una familia en la que, según afirmaba la cantante, se
respiraba amor verdadero por todas las esquinas. Su padre le transmitió el amor
por las artes y, además de educarla en el solfeo, fue el descubridor de su
primera inspiración musical; Victoria de los Ángeles. Tras muchos años de
estudios musicales completos en el conservatorio, comenzó a formarse como
cantante lírica bajo la maestría de Lola Rodríguez Aragón.
Antes
de su debut operístico en Aix, ya había participado en distintos recitales ofrecidos
en distintos teatros de Italia que, sin duda, abrieron muchas puertas. Su
carrera tomó altura y se fueron sucediendo los éxitos en cada una de sus
intervenciones. Cantó Medea con la Callas en Dallas con tan sólo veinticinco
años y, al poco tiempo, se enfrentó al todopoderoso Karajan cuando éste le
discutió cierto criterio musical no compartido.
Con
su muerte, que por cosas del azar ha sido anunciada pocas horas antes de que
dieran comienzo las celebraciones con las que se pretende honrar al patrón de
Madrid y santo que da nombre a la calle en dónde ella nació, decimos adiós a
una artista única que, además de regalarnos un canto siempre lleno de elegancia
y rigor, supo transmitir a todos su amor por una profesión que terminó
convirtiendo en su propia religión.
Me
queda el recuerdo de su compañía y del intercambio de palabras indelebles aquel
día de otoño del año 2018 en el que se le impuso la medalla de Oro de las
Bellas Artes.
Nos
queda el recuerdo de una voz inolvidable y de una personalidad única que hizo todo
lo que tuvo a su mano para combatir a aquellos que amenazan la integridad de un
género que debe seguir resistiendo al despotismo generalizado de quienes, buscando
tener un nombre, perpetran las partituras de las obras que generan reclamo y pretenden
convertir los teatros líricos en pasarelas de moda en las que lo menos
importante es la voz, la época y el respeto a lo escrito por los compositores y
libretistas. Un asalto a la lírica que debemos frenar para evitar que muera.
Hoy,
ese mundo desconocido para los terrenales, suena mucho mejor.
STTL.
Coloradín Perborato.
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