Recital de Ainhoa Arteta y Ramón Vargas en el Teatro de La Zarzuela.

 

                         Siempre es motivo de celebración el restablecimiento de la salud de alguien que, como en el caso de Ainhoa Arteta, ha estado gravemente enferma y ha visto peligrar lo más preciado que tenemos; la vida.


                        Sin embargo, además de la vida que a todos se nos concede, algunos tenemos la suerte de poder vivir otras vidas más efímeras que, no obstante, pendiendo del mantenimiento de esa propia realzan su sentido. Esos afortunados somos los que, sin más, gracias a la música sentimos aquello que, sin ella, no hubiésemos podido conocer.

                        Así las cosas, y a pesar de que me confieso poco admirador del arte de Arteta, el concierto programado por el Teatro de la Zarzuela para la tarde noche del domingo 27 de febrero era una cita absolutamente obligada. Dos razones por encima de otras muchas; celebrar la vida y celebrar la vida que regala la música.

                        Además de la soprano vasca -con un aspecto físico absolutamente inmejorable y una belleza reamente llamativa y jovial- la velada sería protagonizada por el gran tenor mexicano Ramón Vargas y por un muy notable Javier Carmena a los mandos del precioso Steinway & Sons de gran cola que el Teatro de la Zarzuela exhibe en todos sus recitales.





                    Ambos solistas se fueron turnando en un programa que, aún no siendo especialmente exigente, permite atisbar el estado canoro en el que se encuentran dos figuras reconocidas en todos los teatros líricos del mundo.

                        Comenzando por lo interpretado por la más protagonista -no debe olvidarse que el propio teatro vendía la cita como la vuelta a los escenarios de Ainhoa Arteta- el nivel de exigencia fue in crescendo a medida que transcurría el recital. Ésta comenzó cantando cuatro canciones del compositor brasileño Jayme Ovalle que ejecutó sin mayor problema que el que impone la difícil pronunciación de una lengua tan rica (el portugués) y que tan mal solemos hablar los españoles. Después continúo con dos clásicos de Guastavino igualmente bien ejecutados.

                        A continuación, fue el turno de tres compositores españoles. Dos contemporáneos -Félix Lavilla (quién fuera marido de Teresa Berganza) y Antón García Abril- y un clásico, el gran Manuel de Falla y sus Siete Canciones Populares Españolas. Advertí más apuros en la soprano al interpretar alguna de las canciones de Falla que en el resto del programa. Sin embargo, y es una opinión tan personal como modesta, encuentro que la voz ensanchada que ahora se nos exhibe es, tal vez, una creación algo artificial que hace que ésta pese mucho, que varie el color de la misma según la octava que se cante y, sobre todo, que ciertos graves sean emitidos a pecho y con una proyección algo precaria. No obstante lo anterior, y repitiendo que no es mi soprano ideal, es indudable su gran presencia y su capacidad embaucadora impropia en otros cantantes que a mí me siguen atrayendo mucho más.

                        Ramón Vargas tampoco se sometió a un programa especialmente duro. A pesar de ello, y tal y como acreditó el entusiasmo del público, el tenor mexicano demostró que tiene cuerda para rato y que pocos colegas suyos gozan de la expresividad y del calor que emite su bonita voz de lírico puro. Repartió su programa en canciones italianas, canciones napolitanas y canciones mexicanas -todas ellas muy populares y queridas- evidenciando una emisión central impoluta, una fantástica dicción y un gran control del fiato en los pianos con los que decidió terminar las primeras ejecuciones. Cuando, por fin, decidió atacar los agudos, advertí que los mismos, aun estando a un nivel óptimo, no gozan ni del color ni el grosor que sí tiene la voz squillante del resto del registro. Su alegato por la paz a través de la música culminó una actuación que fue de notable muy alto.



                        Para terminar, ambos solistas interpretaron juntos la canción “Bésame Mucho” y el precioso y divertido dúo cómico de la zarzuela “Los Claveles”. Con el público en pie y deseoso de alargar un poco más el recital, abandonaron la escena los solistas emocionados y el fantástico pianista.

                        En definitiva, celebro la recuperación de Arteta y su vuelta a los escenarios y deseo que su música y la del resto de artistas contribuyan a crear un mundo mejor en el que no quepan conflictos como los que hoy llenan los informativos.

                       

                                                                                                                                      Coloradín Perborato.

 

 

Comentarios