Mi querido Colegio del Sagrado Corazón de Rosales:
Asumo con orgullo y emoción el honor que me han concedido quienes te tutelan al proponerme para colaborar en la creación de un libro dedicado a tu historia. Tu septuagésimo quinto aniversario, que, como ves, seguimos prolongando en el tiempo, ha sido una magnifica ocasión para el reencuentro con tus paredes, tus protectores y aquellos antiguos compañeros y profesores a los que habíamos perdido la pista. Por otro lado, los distintos actos de conmemoración en los que algunos hemos participado nos han servido también para recordar vivencias, experiencias, emociones y para reflexionar sobre todos los aprendizajes que, a lo largo de los años compartidos contigo, pudimos adquirir en la ribera del Parque del Oeste.
“ (…) Infancia, valle ameno,
de calma y de frescura bendecida
donde es suave el rayo
del sol que abrasa el resto de la vida.
¡Cómo es de santa tu inocencia pura,
cómo tus breves dichas transitorias,
cómo es de dulce en horas de amargura
dirigir al pasado la mirada
y evocar tus memorias!”
José Asunción Silva.
Llegué a ti allá por el año
1999 y partí, aunque no del todo, en el año 2012. Durante esos casi trece años, la magnífica
edificación levantada sobre el opulento solar delimitado por las calles de
Ferraz, Benito Gutiérrez, Romero Robledo y el Paseo del Pintor Rosale
s, que las
monjas, eficaces en el trato, habían conseguido comprar en tiempos de Alfonso
XIII a la Casa Real, se convirtió en mi segundo lar. Ese hogar atestiguó la
transformación de aquel cándido niño de apenas cinco años que, con casi
dieciocho y convertido en proyecto de adulto, puso rumbo a la Facultad de
Derecho de la Universidad Complutense de Madrid.
Decía el reconocido psicólogo Jean Piaget, considerado el padre de la epistemología genética, que lo que vemos cambia lo que sabemos y lo que conocemos cambia lo que vemos. A mí me gusta decir que uno se explica así mismo a través de las experiencias que le tocan vivir. En este sentido, creo que la vida de todos los seres humanos está muy condicionada por esa experiencia en la que empezamos a saber lo que vemos y empezamos a ver lo que cambiamos; la etapa escolar. Sin embargo, y a pesar de que como digo creo que a todos nos define la etapa escolar, no siempre los colegios son capaces de exprimir al máximo el potencial personal y académico de sus discípulos. Yo tuve suerte, mucha suerte, en que tú fueses mi colegio.
La locución latina “Ubi Bene, Ibi Patria” se sigue empleando para representar la idea de que allá dónde uno se encuentra bien es dónde está su patria. Pues bien, haciendo uso de este giro latino pretendo ser capaz de expresar lo que ha supuesto y sigue suponiendo para mí, después de casi ocho años, esa patria tan querida llamada Sagrado Corazón de Rosales a la que todavía hoy me siento muy arraigado.
El periodo escolar en el Sagrado Corazón de Rosales lo compartí con mis cuatro hermanos. Con frecuencia, a consecuencia de las diferencias de edad que suelen ser habituales, la concurrencia de varios miembros de una familia a un mismo colegio no significa que a éstos se les garantice siempre la ocasión de compartir demasiadas vivencias y ello puede conllevar el riesgo de que cada uno viva, según lo que perciba, un colegio distinto. En nuestro caso, por fortuna, la circunstancia de que los cinco hubiéramos nacido en un lapso de tan sólo tres años y medio nos ha permitido tener la oportunidad de compartir experiencias, profesores, compañeros y, en muchos casos, amigos. Por esta razón, me gustaría que estas líneas que escribo en tu recuerdo pudiesen ser reivindicadas y asumidas, además de por su autor, por sus hermanos y amigos escolares, y por el mayor número de alumnos y antiguos alumnos que han pasado por ti.
Como sabes, mi promoción fue la tercera promoción mixta en llegar a un colegio que no estaba demasiado dotado de recursos deportivos. Hasta la llegada de las progresivas hornadas de chicos que irrumpiríamos entre monjas, niñas y señoritas, el único indicio palpable de instrucción física que lucías era una normalmente despejada cancha de baloncesto que, hoy en día, exige a sus usuarios el tener que pedir la vez. Después, con nuestra llegada fueron prologándose paulatinas transformaciones en ti.
Nuestra aparición venía acompañada de inquietudes inherentes al varón que exigían una reconsideración sobre algunos aspectos materiales y espirituales que, hasta entonces, habían servido. Por un lado, el centro se veía abocado a tener que adaptar espacios específicos, como servicios y vestuarios, para el nuevo género. Asimismo, la llegada de las primeras “porterías” y de los primeros balones de baloncesto, futbol, voleibol o balonmano; la alteración de algunas salas que tuvieron que cambiar de uso para poder convertirse en pequeños gimnasios; o la habilitación de algunos cuartos o armarios para servir de almacenaje del nuevo material deportivo fueron, entre otros muchos cambios, algunos ejemplos de aquella adaptación material a la te tuviste que apuntar. Como ejemplo de los avances loables que se produjeron en tu carácter “espiritual”, cabe destacar el esfuerzo y la firme decisión de las monjas para ampliar la oferta de las actividades extraescolares, que hasta entonces se ofrecían (guitarra, ballet, dibujo) incorporando a deportes como la zumba, el fútbol-sala, el pre-tenis o el baloncesto.
Las acertadas decisiones que se tomaron y que propiciaron tu fuerte modernización, no alteraron, sin embargo, la esencia de un colegio que se reconoce a sí mismo y es reconocido por los demás a través de unas singularidades muy concretas.
Las siempre bien entendidas hondas raíces cristianas que te definen justifican que, por encima de cualesquiera otras cuestiones, hayas tratado de educar siempre en valores como la solidaridad, el respeto, la honestidad, la gratitud, el esfuerzo o la dignidad. Como digo, sobre éstos y otros muchos valores, se asienta un proyecto educativo que vienes desarrollando con la ayuda de toda la comunidad internacional de la congregación del Sagrado Corazón. Junto a esta realidad, tienes la habilidad y el valor de presentarte ante todos sus alumnos y profesores como un espacio abierto y propio para el impulso de la libertad de pensamiento. Ahora, con el paso del tiempo, valoro mucho la normalidad con la que en tus clases se producían debates existencialistas sobre asuntos censurados en muchos centros educativos y en otros ámbitos del mundo que, desgraciadamente, se ven sometidos al sesgo que imponen a la sociedad los poderes facticos que ya trataban de combatir en los siglos XVII y XVIII algunos filósofos de la Ilustración. El ambiente que se respira en un colegio suele ser propenso a generar discrepancias relativas a asuntos que, artificialmente, tratamos de convertir en tabúes o problemáticos. Debo decir que más allá de cualquier tipo de prohibición o veto relativo a esta cuestión, siempre advertí en ti un fuerte empeño por promocionar el espíritu crítico de tus alumnos, circunstancia que facilitaba la existencia habitual de debates respetuosos y bien construidos sobre política, tauromaquia o, entre otros asuntos, incluso religión.
Otro aspecto que te hace totalmente reconocible es el altísimo nivel de exigencia que imponen tus profesores a sus alumnos en el desarrollo de la formación estrictamente normativa. Los -académicamente- “peores” alumnos pasados por tus redes, entre los cuales me encuentro, al llegar la Selectividad comprobábamos el poco esfuerzo que, en comparación con los exámenes a los que nos habías acostumbrado, y también con alumnos teóricamente más aventajados de otros centros, costaba superar la temida prueba que ponía fin a la etapa escolar. El nivel mínimo exigido en materias como la Sintaxis, el Dibujo Técnico, la Geografía e Historia o la Filosofía, requieren un grandísimo esfuerzo de los alumnos que, en muchas ocasiones, se ven obligados a involucrar a padres y hermanos mayores para poder alcanzar un aprobado cotizado al alza. Esta sólida base académica que se adquiere en el Sagrado Corazón se convierte en una fantástica carta de presentación y en una fiable compañera de viaje para a alcanzar los objetivos universitarios y laborales que se presentan en la vida de extramuros.
“Educar es lo mismo
que poner motor a una barca…
hay que medir, pesar, equilibrar…
… y poner todo en marcha.
Para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia
concentrada.
Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes,
hacia islas lejanas.
Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera
enarbolada.”
Gabriel Celaya
Aunque cada etapa escolar es y se afronta de una manera muy diferente, desde el principio todos tus alumnos encuentran un espacio en el que sentirse reconocidos dentro de una misma familia. A ello contribuye en gran medida tu tamaño reducido que, en mi opinión, es otra de las cualidades que definen la idiosincrasia del Sagrado Corazón de Rosales. El día a día no se limita estrictamente al ritmo marcado por cada clase, y las relaciones personales que se crean van mucho más allá de los lazos afectivos que cada uno tenga con sus compañeros de curso. Las fiestas, los eventos o las misas, hacen que todo el mundo participe de la vida social que propones, y se han tratado siempre con mucho mimo y mucha dedicación. La fiesta de tu querida Mater Admirabilis; los eventos de la Navidad en tu Salón de Actos; el Día de tu misionera Santa Rosa Filipina; la Semana del Deporte; el día de Santa Cecilia; los Mercadillos Solidarios de tus añoradas Antiguas Alumnas; el Día del Libro; la Fiesta de Familia o el Día de la Paz son algunos de los eventos que por más que se repitan año tras año, siempre transmiten algo especial y perduran en el recuerdo de todos tus antiguos alumnos con el paso del tiempo.
Tu Comedor, tu Salón de Actos, tus Terrazas de Bachillerato con vistas a todo el Noroeste de Madrid, tu sala de Estudio, tu Biblioteca, tus dos capillas, tu Chaflán o tu “recóndito” Campanario, son sólo algunos de los rincones en los que hemos vivido multitud de momentos inolvidables. Sin embargo, entre todos estos rincones, me gustaría hacerte saber que siempre sentí una vinculación muy especial hacia dos de ellos; tu Capilla y tu Salón de Actos.
Si tuviese que escoger un solo adjetivo para definir tu fastuosa capilla, sin duda diría que es bucólica. “Venite ad me, ego sum via et veritas et vita” (Venid a mí, yo soy el camino, la verdad y la vida) Siempre nos recibía de la misma manera; con esa frase luciendo en la parte superior del ábside y los acordes de aquel lujoso órgano escondido a los ojos de los niños ajenos al coro. El crujido del parqué, las admirables vidrieras laterales, las dos hileras de bancos tallados, el vía crucis, el misterioso sagrario y esas voces blancas e inocentes que eran acompañadas por sencillos acordes de guitarra, transformaban nuestra escandalosa vitalidad en paz y reflexión. Siempre he sido un agnóstico persuasivo, pero he de reconocerte que cuando pisaba tu capilla me sentía muy tentado a la conversión.
En tu modesto Salón de Actos mi imaginación echaba a volar. El olor a madera antigua, los dos pianos de cola escondidos bajo fundas floridas, los decorados caseros que servían para cualquier representación, aquellos atrezos antiguos a los que no encontraba demasiado sentido y los bastidores llenos de sorpresas empezaban a conquistar mi vocación por las artes escénicas a las que hoy tanto tiempo intento dedicar. Además de los papeles principales que tuve ocasión de interpretar sobre el escenario -fui San José, el Rey Gaspar, un Sacerdote y Dios-, ante esas tablas presencié actos de profundo valor emocional. Entre ellos, los actos de graduación de mi promoción y de las promociones de mis hermanos, entre la que destaco muy especialmente la de mi hermano César en la que mi padre fue el encargado de componer una genial ponencia que conquistó y convenció a los egresados de aquella promoción predecesora a la mía.
Fueron mucho años contigo, pero el paso del tiempo es liviano y casi sin querer darnos cuenta nos hemos tenido que acostumbrar a vivir lejos de ti. Lejos de una patria que sigue acordándose de nosotros y a la que puntualmente tenemos ocasión de volver. Es una suerte inmensa que cuentes con una Asociación de Antiguos Alumnos, ASCE Rosales, que de vez en cuando llama a la puerta de nuestras nuevas vidas para seguir recordarnos dónde está nuestra casa.
Seguirás escribiendo una historia llena de vida, ilusión y futuro. Acogerás en tu seno a nuevas generaciones de personas que necesitarán ser guiados por ti en la experiencia de la vida.
Por todo lo hecho y por todo lo que queda por hacer, quiero expresar mi inmensa gratitud a todas aquellas personas, presentes y ausentes, sin las cuáles no se explica la existencia de una patria común llamada Sagrado Corazón de Rosales.
¡VIVA EL SAGRADO CORAZÓN DE ROSALES!
Fco Javier Brandariz Luchsinger.
Antiguo Alumno del SCJ.
Coloradín Perborato.
Comentarios
Publicar un comentario