El próximo 4 de mayo, por
voluntad de la Sra. Ayuso, todos los botarates y reflexivos que estemos empadronados
en la Comunidad de Madrid volvemos a ser llamados a unas urnas que parecen estar
siempre dispuestas.
Pero ¿por qué tenemos que volver a votar cuando todavía restaban más de dos años para que llegase a término el mandato del gobierno que, hasta hace pocos meses, dirigía la Comunidad de Madrid?
Aunque por parte de muchos se pretenda aparentar la summa sapientia, no sabemos con certeza cual fue el motivo por el que la presidenta Ayuso, en plena crisis sanitaria, convocó a sus lacayos a las urnas.
¿Adelantarse
a la hipotética moción de censura que el Sr. Aguado pudiera promover contra la
Sra. Ayuso? No lo sé; pruebas, hasta ahora, ninguna. En cualquier caso, nadie
con el juicio sano y cierta querencia al futuro de Ciudadanos y, sobre todo, al
de España hubiese sido tan majadero como para sumirse en semejante trance.
¿Aprovechar,
como estrategia personal y partidista, un adelanto electoral para procurar
lograr una mayoría absoluta o, en su defecto, una mayoría más abultada a la conquistada
en las últimas elecciones? Tampoco lo sé con certeza. Ahora bien, es evidente
que suena convincente el pensar que nadie adelantaría unas elecciones si
previera que las mismas le iban a situar en una posición desfavorable respecto
a la ya alcanzada.
Fuere
como fuere, lo cierto es que lo que se criticaba en Cataluña en el mes de
febrero es ahora lo que se hace en Madrid y el caso es que, mientras a algunos
nos toca votar, todo el país espera impaciente a conocer unos resultados cuyas
consecuencias no sólo afectarán la Comunidad de Madrid.
Así,
trascendiendo las votaciones más allá de las fronteras que las acogen, en esta
jornada de reflexión quiero compartir algunos pensamientos que, a lo largo del
tiempo que ha durado la campaña electoral, han nacido en mi mente.
En
primer lugar, y comenzando por ciertas experiencias personales, he de confesar
que nunca había visto tanto esfuerzo en amigos y conocidos para influir en el
voto de los demás -en el mío también- convirtiéndose éstos en pretenciosos influencers
que, en ocasiones, llegan a sobrepasar el afán y la mesura que debe tener todo súbdito
de un sistema que se maneja al antojo de unos pocos.
Pues
bien, entre las premisas repetidas una y otra vez por los “mitineros” más
económicos de los que dispone la nueva clase política, algunas como estas: “Te
estás haciendo un perdedor”, “a ese no le va a votar nadie”, “es un voto tirado
a la basura”, “son unos traidores”, “tienes que cambiar de partido”, “eres un
egoísta”, “el voto en conciencia no sirve para nada, hay que hacer voto útil”.
Y es que, aunque no es nada nuevo que en el
entorno de uno haya gente que quiera influir en el voto de los demás, lo que sí
resulta totalmente novedoso y, si se me permite, altamente dañino es la cantidad
de gente que, habiendo tenido un pasado reflexivo y prudente, se ha convertido
en activista descontrolada.
Supongo,
y no me equivoco en esta conjetura, que a ello ha contribuido el peso adquirido
en la sociedad por unos medios de comunicación y unas redes sociales que, convirtiendo
la política en contenido de entretenimiento, nos metamorfosean poco a poco en
seres maquinales inmiscuidos en asuntos de vital importancia para los que, sin
embargo, no estamos lo suficientemente preparados.
El
futuro se ve negro. Ninguna de las opciones a elegir me satisface plenamente,
pero, desde luego, tengo muy claro que quiero que gobierne alguien que tenga
como prioridad acabar con las trincheras.
La
Guerra Civil, aunque nunca debió de existir, ya ha pasado y el mañana no puede
pender de las reminiscencias de unos privilegiados que, sin haber sufrido el
dolor de la contienda, quieren hacerse valer de relatos ventajistas y huérfanos
de rigor para ganar terreno en un nuevo campo de batalla. Es intolerable.
No
quiero ni salva patrias desmedidos que no son capaces de empatizar con lo que
sucede más allá de nuestras fronteras ni, por supuesto, rencorosos sañosos que quieren
destruir todo aquello que nos ha permitido convivir en paz y prosperidad. No
quiero más crispación.
La
patria no es una bandera ni la destrucción de ésta.
La
patria es la gran olvidada en un mundo lleno de intereses.
No hay mayor patria que la conciencia de uno.
La suerte está echada y es evidente que, de una u otra forma, llevará a Isabel Díaz Ayuso a revalidar su cargo como presidenta de la Comunidad de Madrid. Es, sin duda, una buena noticia y, como decía una compañera suya, “el mal menor”. Tiene valía, personalidad y decisión; ahora falta que demuestre querer acabar con una crispación que puede ser fatal, y, así, evitar que se repitan situaciones similares a las que plasmó Francisco de Goya, entre otros, en el cuadro cuya imagen preside estas líneas.
Coloradín
Perborato.
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