Pablo Hasél y los tontos que, todavía, no saben que son tontos.

  

                               Platón dijo o, al menos, dicen que dijo -en esto de las citas me estoy haciendo cada vez más escéptico- algo así como que los sabios hablan porque tienen algo que decir y que los tontos hablan porque tienen que decir algo. También se afirma -insisto en mi conversión a incrédulo- que Einstein manifestó que todos somos tontos y que la diferencia entre unos tontos y otros está en que algunos saben que lo son y otros no.

 

                               Dijese quien dijese, en caso de que las dijese, las citas que acabo de reproducir en el párrafo anterior; haciendo uso de mi libertad de expresión, quiero aprovecharme de las mismas para tratar de trasmitir mi opinión acerca de los acontecimientos que, recurrentemente, se vienen produciendo las últimas noches en distintas posiciones de España a raíz, o con el pretexto, del encarcelamiento de quién creyéndose artista acabó siendo un simplón y muy torpe delincuente.   

 

                               Y es que, el hecho de pasarme las horas de los días viajando entre juzgados e inmerso en recursos y resoluciones judiciales que, en su inmensa mayoría, obedecen a asuntos penales y penosos, hace que, sin ser un reputado experto en la materia, uno se vea tentado a aleccionar a quien, siendo totalmente ajeno a la ciencia jurídica, además, comete la torpeza de combinar dos herramientas que sirven para iluminar las taras intelectivas que tanto abundan por según donde; la ignorancia más profunda y la soberbia más estúpida.

 

                               Sólo así puede explicarse que, bajo las banderas de unos conceptos que defienden unos valores loables -véase la bien entendida libertad- unos “valientes” alevosos, siempre bien acompañados por una multitud de su especie, se dediquen a apedrear, a agredir a  policías, a tronchar el mobiliario público y privado que encuentran a su paso,  y a crear barricadas en defensa de una supuesta libertad de expresión que, según señalan, le ha sido arrebatada a un pobrecito titiritero que el único mal que ha cometido en su vida es el expresionismo de su incomprendido arte.




 

                               Pues bien, con rabia contenida por no poder detenerme a remedar el concepto de arte y el concepto de derecho que tienen algunos despistados, parece evidente que, para la piara de memos descrita unas líneas atrás, el hecho de regodearse públicamente de las víctimas del proyecto aniquilador nazi o el de alentar a diario a la insurrección, a la violencia, o la comisión de actos criminales contra personas concretas a través de las redes sociales, debe ser una suerte de tonada navideña cuyas consecuencias, en ningún caso, deben quedar enmarcadas dentro de ese conjunto de normas, principios y valores -llamado ordenamiento jurídico- que sirve para regular la organización del poder y las relaciones de los ciudadanos entre sí y con sus derechos y obligaciones.

                               Y así, sólo así, se explica que unos niños que no temen contagiarse ni contagiar el virus que puede matar a sus padres o a sus abuelos, creyéndose héroes hormonados, tengan la genial idea de juntarse noche tras noche para jugar al Call of Duty intentando derribar a quienes, desgraciadamente, con su existencia también defienden a aquellos que merecerían quedar desamparados a la sola merced de los cuidados de sus camaradas. Y así, sólo así, se explica que algunos politicuchos, que viven del sueldo reunido con los impuestos de todos, se dediquen a escenificar su odio y su rencor generado por ristras de complejos aplaudiendo los actos vandálicos de quienes, sin saberlo, actúan como vasallos medievales y alabando la posibilidad de expresar lo que, al margen de la libertad, evidencia que el libertinaje del ácrata que vive de todos alcanza unos límites grotescos.

 

                               En fin… ¡que le vamos a hacer! Unos cuantos “ricochets” en las huecas cabezas de los empedradores no vendrían nada mal.  Con suerte, si hay buena puntería, podría descubrírsele a esos tontos, que todavía no saben que lo son, la tozuda realidad. Mientras tanto, su héroe les espera en su nuevo hogar.

 

                               Coloradín Perborato.

Comentarios