“Pacta sunt servanda”, “los que matan son malos” y otras cosas que aprendí en un colegio concertado.
Para mí son tiempos de mucho trabajo y de falta de horas. Ambas razones, que en el fondo son una sola, me han impedido por un tiempo disfrutar de escribir y publicar aquello que, con mayor o menor fortuna, sale de un pasatiempo que espero me acompañe siempre.
Sirva
lo antedicho para justificar una falta dolorosa; falta consistente en el hecho
de no haber dedicado a mi tierra un artículo con ocasión del décimo octavo
aniversario de la catástrofe del Prestige, artículo que, hago saber en este
mismo momento, es mi intención publicar muy próximamente.
Así
pues, hecha la cuestión previa que antecede y sirve como remedio a mi estado de
inquietud, considero una obligación moral y casi legal dedicar un tiempo de mi vida
a protestar sobre dos hechos tan recientes como insólitos, vomitivos e
inaceptables.
Por
un lado está el constatar como los indeseables de ETA, de Bildu, o de como
demonios quiérase llamar a quienes con sus acciones u omisiones legitiman la
violencia llevada hasta las últimas consecuencias si con ella consiguen el fin
para el que parecen haber nacido y que, sin embargo, escapa a la razón del
resto de mortales, han logrado hacer virar el rumbo de unas gentes amorales,
deleznables y miserables que, a golpe de órdenes dictatoriales, anteponen, por
ignorantes y ególatras, su bienestar cortoplacista a la dignidad que se le
presume alcanzable a todo ser humano.
En
segundo término, y en asaz relación con lo que acaba de ser expuesto, está el
hecho de ver como de forma premeditada, y con claro ánimo de lastimar, se
atenta -nunca más oportuno el término- contra el bien más preciado del que
puede disponer una sociedad; la educación.
Y
es que, como avanzaba anteriormente, estoy convencido de que educación y terrorismo,
aunque aparentemente sean cuestiones desiguales, están en tan estrecha relación
que sin la una el otro medra a tal presteza que, sin apenas percatarse, llega
rápidamente a transformarse en consolidado imperio del mal y del terror aquello
que antes tan sólo era una simple e inocua esperanza de creación vil.
Pues
así, sin apenas darnos cuenta, hemos llegado a esta nueva realidad vil y
terrible que se nos acaba de imponer y que, esperemos, encuentre tal rechazo social
que no tenga más fin que el de extinguirse con la misma prontitud que ha hecho
acto de presencia; sin batalla, ideológica pero sin pistolas, no habrá
victoria.
Y
ojalá que, cuando por fin se haya logrado el objetivo, -ya vamos tarde-, empecemos
a cuidar más y mejor de un patrimonio tan rico como despreciado y maltratado en
los últimos lustros.
Sin
dicho desprecio y maltrato no se podría explicar la sarta de estupideces que
día sí, día también, tienen que sufrir nuestros oídos al escuchar hablar a personas
del todo ineptas que, sin embargo, cuidando la impostura de sus formas
convierten a otros semejantes en súbditos idiotas. Para prueba, de entre un
millón, la última simpleza de Adriana Lastra que compite con las astracanadas
de Muñoz Seca
"Siempre escucho atentamente a nuestros mayores, pero ahora nos toca a nosotros. Somos una nueva generación a la que toca dirigir el país y la dirección del PSOE".
Me
gustaría saber que opina de estas palabras la jovencita presidenta del PSOE,
Cristina Narbona, que, a punto de cumplir los setenta años, debe estar destornillándose
de la risa junto a su mozo Josep Borrell.
Retranca
a un lado -no hay tiempo para detenerse a valorar la juventud de Celaá, Calvo, Ábalos
o Patxi López- es serio, y a todos nos incumbe,
trasmitir a los niños del hoy y del mañana que en un tiempo muy reciente los
que ahora dirigen nuestro porvenir, esto es los etarras y sus consentidores, a
golpe de matar por matar a las gentes, nos descubrieron a muchos lo que era tener
miedo y nos unieron en una lucha común contra el mal que emergía en los
colegios públicos, privados y concertados de bien.
Yo,
como muchos otros, fui a uno de esos “peligrosos” colegios concertados que,
ahora, parece ser educan de forma contraproducente. Ahí, mis compañeros y yo,
aprendimos cosas tan negativas como que los chicos y las chicas valemos lo
mismo; que el pensamiento debe ser libre; que una familia agnóstica no
bautizada es bienhallada en un centro católico; que los malos deben ser
castigados y los buenos deben seguir siendo buenos; o, entre otras muchas
cuestiones, que los más vulnerables tienen, necesariamente y por el simple
hecho de serlo, que gozar de una especial protección.
Algún
día traeré a este foro un artículo que escribí con motivo del setenta y cinco
aniversario de aquel lugar en el que entraban niños de pecho y del que salían gentes
de bien con proyectos de toda índole; prometido está que, tan pronto me sea
posible, compartiré esa modesta creación a la que quise bautizar con el esclarecedor
título de “Ubi bene, ibi patria”.
En fin, parece ser que aquellos que se cambian
de chaqueta sin atender a cuestiones de climatología o higiene desconocen eso de
“pacta sunt servanda”, pero algunos, estoy convencido de que la inmensa
mayoría, sabemos dónde está nuestro lugar y seguiremos haciendo saber a los que
vengan detrás que hubo un tiempo en el que el miedo de sentirnos amenazados por
unos portadores de pistolas y mala voluntad humanizó a una sociedad que se unió
para hacer frente a un único enemigo real y que, además, supo tratar a los más
desfavorecidos con todo el mimo y celo que requiere aquel que depende de otro
para seguir respirando.
“ES TAN LIGERA LA
LENGUA COMO EL PENSAMIENTO, QUE, SI SON MALAS LAS PREÑECES DE LOS PENSAMIENTOS,
LAS EMPEORAN LOS PARTOS DE LAS LENGUAS”. DQXM
Coloradín Perborato.
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