Esa “cosa” de viejos llamada zarzuela.

Aunque no soy capaz de acertar la fecha exacta en la que tuve el primer contacto con esa “cosa” de viejos llamada zarzuela, me consta, porque la combinación de recuerdos con relatos que hoy descansan en mi conocimiento así lo acredita, que no levantaba muchos palmos del suelo cuando escuché por primera vez algún pasaje de “La Viejecita”, de “Luisa Fernanda”, de “Los Sobrinos del Capitán Grant” o de “La Rosa del Azafrán”.  Los intérpretes, mis padres, con las limitaciones propias que cualquier aficionado lego en estudios musicales tiene, amenizaban con el “Ay mi morena”, el “Bisturí bisturí”, el “Viejecita que vas al sarao” y, también, con el “Rodaballo” o “A Rianxeira”, el hastío provocado por las infinitas horas de coche que, a mis hermanos y a mí, sólo nos servían para medir la larga distancia que separaba nuestra casa de Madrid de nuestra casa de Galicia. 

Entre viaje y viaje, todavía siendo muy niño, un buen día llegó el momento de arrimarse por primera vez al templo de la lírica nacional que, impulsado, entre otros, por un tal Barbieri y un tal Gaztambide -en aquel momento totalmente desconocidos para mí- había sido levantado allá por el lejano año 1856 en el corazón del céntrico barrio madrileño de las Cortes. Casi limítrofe a lugares tan emblemáticos de la capital de España como la Puerta del Sol, la Calle de Alcalá, el Palacio de las Cortes, la Fuente de Neptuno, el barrio de las Letras, el Hotel Palace, el Hotel Ritz, el Museo Thyssen o la Plaza de Santa Ana, a lo largo de ciento sesenta y cuatro años, se ha visto casi de todo en la Piccola Scala castellana. Allí se han estrenado zarzuelas y óperas; han actuado muchos de los mejores artistas líricos de la Historia; se han producido muchísimos conciertos de música pop; se han representado ballets de primera categoría; se han celebrado cenas de gala; y, entre otras muchas cosas, se han organizado velatorios solemnes.  

En honor a la verdad, y nuevamente como resultado de la edad, debo decir que los primeros recuerdos que tengo del Teatro, aunque ciertamente están, son algo vagos. Recuerdo armarme de paciencia esperando a que aquel inmenso telón granate se cerrase para dejarme ir al ambigú en busca de una bolsa de patatas fritas y una botellita de agua mineral mientras los mayores se encontraban con conocidos y comentaban lo que ahí se estaba viendo. También recuerdo que, en el año 2003, tras una representación de los Sobrinos de Capitán Grant, y mientras mis hermanos y yo acompañábamos a nuestros padres a la puerta de artistas para saludar a los protagonistas, varias personas, que evidentemente nos confundieron con los niños que participaban en aquella producción, se acercaron a nosotros para regalarnos los más grandes piropos y los vítores más gratuitos que, al menos yo, haya podido soñar.



Con el paso de los años, aquello que empezó siendo un entretenimiento involuntario terminó por convertirme en un adicto, dependiente en grado sumo, de una industria honorable que cada vez está más abandonada y que, sorprendentemente, aunque sobrevive a duras penas al recurrente maltrato al que le someten la mayoría de sus tutores, sigue conquistando las almas de aquellos valientes que rompiendo perjuicios patrañeros se acercan a ella.

Me congratulo a mí mismo por haber sabido rebelar, a mis veinticinco años de vida, a muchos “viejos” de mi generación esa “cosa” que, ahora, a ellos también les acompañará durante el tiempo que les reste para concluir ese viaje común que a todos nos separa la vida terrenal de aquella a la que, siendo o no empírea, ya nos ha acercado la “Noche hermosa” en la voz de Pilar Lorengar.

¡LARGA VIDA A LA ZARZUELA!

COLORADÍN PERBORATO.


Comentarios

  1. Me encanta la Zarzuela, he crecido oyendola , es un recuerdo imborrable de mi padre y todavía me emociono.....Larga vida a la Zarzuela.

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    1. Amén a tus palabras Carmen. Un saludo y gracias por leerme siempre!

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  2. Un país que no apoya su cultura va directo a la hecatombe. Mientras se subvencione el maltrato animal legalizado y se ignore a la ZARZUELA, apaga y vámonos
    Muchas gracias por defender nuestro tesoro musical más valioso

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    1. Estimada Sra. Ramos:

      No se puede imaginar el honor que supone para mí que Vd. haya leído mi artículo. Aunque yo no he tenido la ocasión de disfrutar, conscientemente de Vd. y de su madre, mis padres en más de una ocasión fueron al café de la Palma a verles actuar. Le diré, y créame que es cierto, que llevo unos días cantando sin parar el "si te casas en Madrid" Espero, cuando regrese a Madrid después del verano, poder verla actuando en Madrid y acercarme a saludarla.

      Un saludo muy cordial.

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