Recuncho, ¿qué cuchicheas?


A nivel informativo nuestra sociedad occidental vive días de celebración. El ocho de marzo con sus reivindicaciones, y, sobre todo, la pandemia y psicosis que ha generado la llegada a nuestras vidas del coronavirus se ponen a la orden de cualquier cuchicheo que se precie entre una raza, la humana, que parece sentirse más vulnerable que nunca ante una posible extinción parcial.


Sobre el ocho de marzo ya tuve la oportunidad de escribir allá por el 2017 en este mismo foro. “¡Mujeres rebelaos… contra las mujeres!” era y sigue siendo el título del artículo que consideré oportuno construir y publicar por aquel momento y que, con la mano en el corazón, y a pesar de los rechazos y agravios que generó, suscribo enteramente con el paso del tiempo. Mi querencia crónica a la raza humana inteligente -mujeres y hombres- me sigue haciendo fiel defensor del respeto al ser por el ser y fiel combatiente de quien se arroga una superioridad -de cualquier tipo- por el hecho de ser un género. Ayer, entre los presuntuosos equivocados que militan en aquellas filas que, como digo, generan mi rechazo, destacaron quienes en favor de no sé qué derecho y escudados bajo no se qué reivindicación, que en caso de existir les queda inmensa, atentaron contra la libertad de quienes quieren poder expresar su propia preñez de un concepto sustraído dolosamente a mucha gente de bien; el feminismo.

Aunque no soy proclive a defender a ultranza las doctrinas lingüistas que imponen a los parlantes de las linguis suis emanadas de las distintas Academias modernas, debo reconocer que desde que en España los tutores de la RAE se han posicionado a favor de autoridades de nuestra cultura hablada como Cervantes, Quevedo, Galdós, Pardo Bazán o Fray Antonio de Guevara, al rechazar “de cuajo”  el mal uso del lenguaje exclusivo/yente y sectario que tratan de imponernos las cargas políticas de nuestro tiempo, me alisto temporal y coyunturalmente en el sistema normativo.

El viento de nordés que se respira en mi tierra emocional, Galicia, al igual que ocurre con el que sopla en sus hermanas Euskadi, Cantabria o Asturias, ha olido desde hace mucho tiempo a mujer. Los hombres marchaban a la mar y las mujeres se hacían dueñas del devenir de la hacienda y la familia sin que el varón, a su regreso a puerto, pudiera toser demasiado alto. Esta autoridad, propia del pater familias de la Antigua Roma, nunca precisó de sustentos artificiosos, de gestos obscenos o groseros, ni mucho menos de ese malgasto de saliva que tan de moda se ha puesto. Ahí y en todos los recunchos del mundo siempre abundaron y siguen abundando mujeres de raza -como mi joven y vital amiga nonagenaria, la señora María de Lires- que han impregnado la cultura del respeto y de la admiración en aquellas razones que, modestamente, como la mía, funcionan. Las distintas realidades que se observan desde una gran urbe moderna como aquella en la que me ha tocado vivir, también ayudan a que hoy, y por todas las circunstancias expuestas, pueda reivindicarme como feminista -pero de los verdad- en la medida en que quiero que todas las mujeres y todos los hombres tengamos el mismo derecho a ser lo que queramos ser.

Aclarado lo anterior, cambio de rumbo para adentrarme de pasada en el virus más Real de los, hasta ahora, conocidos; el Coronavirus.

La Viruela, la Peste Negra o la Gripe Española con el paso del tiempo han sido asumidos como conceptos novelescos más que como realidades atroces. Hasta nuestros días, las pandemias no inquietaban más que a quienes con un espíritu creativo querían aprovechar sus habilidades artísticas o historicistas para sacar rédito económico o moral a acontecimientos rehusados por nuestras conciencias.

Como de las ciencias de la salud sé más bien poco, no trataré de entender, ni mucho menos explicar, la razón de ser de este nuevo enemigo de la especie humana. No obstante, lo que sí que parece poder afirmarse es que la Historia de esta nueva realidad todavía se está escribiendo y no es posible aventurarse a cuantificar las vidas humanas que quedarán por el camino ni las consecuencias económicas y sociales que permanecerán tras la marcha o asimilación del dichoso virus.

Entre tanto, el pánico y el aislacionismo que parece ser nos acompañará durante las próximas fechas, pondrá de manifiesto, para quienes ponemos empeño en contemplar lo contemplable, que el ser humano es más vulnerable física y psicológicamente de lo que por pura impostura trata de aparentar.

Algunos, esperemos que sean los menos, se habrán ido para siempre mientras que otros, entre los que quiero encontrarme, quedaremos manchados de resina y volveremos a creernos invencibles hasta que un nuevo aviso haga saltar las alarmas.

Recuncho, ¿qué cuchicheas? 

Colaradín Perborato.


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