Por salud, paremos los relojes.


MEMORIAS VERANO 2018.

Por salud, paremos los relojes.







Faltan escasos minutos para que acá, en el lugar  en que mi copioso y oscilante cuerpo descansa sobre un viejo sofá, la noche alcance las dos primeras horas del nuevo día. Observo mi entorno por una ventana que me enseña que la noche no se contempla siempre tan pura como se muestra en aquel añorado lugar que me ha acompañado el último mes de agosto y que recientemente he dejado atrás. El  ruido infundado y la iluminación artificial que ahora me siguen, y que sorprendentemente había olvidado, avivan este insomnio tan reconfortante que me lleva a exponer las siguientes ideas que, además y sobre todo, sirven como perfecto pretexto para hablar con vosotros de aquella enfermedad del alma tan puramente gallega llamada morriña tan bien representada por símbolos tan propios como la  niebla o la Santa Compaña.

Vivir en Madrid es una gran oportunidad que debe ser aprovechada. No todo el mundo tiene acceso a los recursos que una urbe tan relevante proporciona a sus inquilinos. Aquí, además de tener al alcance los medios educativos, los medios de transporte, las infraestructuras de ocio y los centros de salud más vanguardistas del mundo, tenemos a nuestra disposición una gran pantalla virtual para el análisis social y personal que, siempre que sea bien conducido, nos puede llevar a mejorar el más valioso bien que todos disponemos; el tiempo.

Julio Iglesias de la Cueva, afamadísimo personaje que algún día se dedicó a cantar, compartía en una entrevista de hace algunos años una reflexión nada original que, sin embargo, por alguna razón me sorprendió y despertó mi interés: “ser rico te hace sentir pobre cuando no se puede comprar lo que quieres, el tiempo”

Pero, amigos, ¿qué es el tiempo? Podría ser más o menos pragmático y remitirme a cualquiera de las acepciones que, sin duda, y aún siendo complejas, se simplifican en los diccionarios de las distintas lenguas modernas. Yo creo que el tiempo puede ser sinónimo de dios y, por lo tanto, sería un osado si tuviese la más mínima pretensión de desarrollar cualquier suerte de doctrina a este respecto. Del tiempo como concepto inalcanzable me interesa el valor cualitativo que se obtiene precisamente al comprender que la grandeza del mismo supera al más brillante raciocinio humano.


Cuando algo es superior a uno, y ese uno no es un impostor, hay que hacer todo lo posible por acercar las distancias con dicha superioridad asumida. Creo haber comprendido, precisamente en estos últimos tiempos, que una buena predisposición es la mejor herramienta que tenemos a nuestro alcance para sobrellevar la inferioridad asumida con el mayor grado de dignidad posible.

Estos últimos meses he tenido la magnífica preocupación y responsabilidad de disfrutar de mi entorno natural y humano. Éste, por fortuna, no ha sido único y me ha permitido conocer muchos paisajes y convivir con personalidades diversas. Creo que por eso puedo decir que ha sido un tiempo fructífero que me ha permitido profundizar en mi yo interior.




Viaje a Italia, Eslovenia y Eslovaquia.

Mi verano de nómada comenzó con un ambicioso viaje de trece días que compartimos cuatro amigos con mayúsculas que, aún siendo muy distintos, formamos un grupo muy compensado. Los cuatro nos caracterizamos por poseer personalidades infrecuentes que, precisamente, cimentan sólidamente las mayúsculas antes referidas de nuestra amistad común y nuestras amistades particulares. Italia, Eslovenia, Eslovaquia y algún que otro país de paso fueron los escenarios de las vivencias y experiencias que ya acompañan para siempre a Alfonso, Enrique, Miguel y Javi. A nivel personal debo reconocer que, en un principio, tenía cierto temor a la duración del viaje pensando que era posible añorar más de la cuenta el cierto grado de soledad que, como solitario, demando. Este temor fue vencido en este viaje y entendí que la querida y necesaria soledad se encuentra también en la buena compañía como después pude corroborar en mi Corcubión del alma.

Así fue como el pasado día doce de julio tomamos como rehén a mi padre para que nos llevará al aeropuerto de Barajas –ahora Adolfo Suarez-Madrid/Barajas-  en donde íbamos a tomar el vuelo a nuestro primer destino;


ROMA.

Roma es la prueba de que existen tópicos ciertos -aunque sean los menos-  como aquel que dice Roma, cittá eterna”. Para Alfonso –el chico que rasga con temor la cartera en busca alguna moneda perdida o algún billete doblado- era la primera vez en la región de Lazio mientras que los demás habíamos estado ya en el viaje de fin de curso con el colegio y hay pruebas gráficas de que Miguel –el chico diccionario con unos valores religiosos singulares- además, es asiduo a esos lares con periódicas visitas solemnes a la curia vaticana. Durante nuestra estancia en Roma, entre otras muchas cosas, pusimos a prueba nuestra resistencia al feroz calor que nos había recibido. Existió un pacto no verbal de que si se iba a Roma se iba a andar y que no había excusa posible. Así fue como en tan solo tres noches y cuatro días nos mimetizarnos con el ritmo frenético de una ciudad infectada por turistas en la que por la noche parece que se para el tiempo y que el mismo Nerón va a irrumpir entre los transeúntes para presumir ostentosamente de su proyecto inalcanzado de la Domus Aurea. No pudimos entrar a museos por razones obvias pero si nos empapamos de lugares imprescindibles de los que, a continuación, hago una referencia rápida y no del todo completa.  

    Las tres basílicas de intramuros: Santa María la Mayor, San Pedro y San Juan de Letrán (catedral de la diócesis de Roma) No tuvimos tiempo para visitar San Pablo Extramuros. 
    Monumentos: Panteón de Agripa, Coliseo Flavio, Victorio Manuele ll, Foro Itálico, Circo Máximo, Fontana di Trevi, Castel Sant ´Angelo, Opera di Roma. 
    Plazas: Piazza del Poppolo, Campo di Fiore, Piazza Navona, Piazza San Pietro, Piazza del Gesú, Piazza di Spagna, Piazza Minerva…
    Otros: Paseos deliciosos por la Notte di Roma -especialmente por la Via del Trastevere- en búsqueda de distintas tratorias y gelaterias.  También anduvimos por la Via del Corso sorprendidos por lo elitista de sus comercios.


Debo decir que las dos veces que he estado en Roma he experimentado la misma sensación única, se relativiza el mundo y la medida del tiempo pierde relevancia. 

Como anécdota más representativa cabe señalar que en la cola para entrar a la Basílica de San Pedro, ya dentro de la propia plaza, se nos coló, con la mayor frialdad que nunca pudiésemos haber imaginado, una familia polaca monofilial que aparentaba ser ejemplar.  La divina providencia, dirigida por el comandante Jex –el caricato que, a pesar de abusar de un ventajismo personificado, mayor grado de originalidad ha mostrado desde el inicio de los tiempo- que se erigió como el defensor a ultranza de la moral práctica, actúo e hizo que el pater de la peius familia fuese justamente castigado físicamente -al llevarse un buen coscorrón en el control de metales- y que, forzado por la policía, tuviese que abandonar tan solemne lugar sin tan siquiera poder entrar a la basílica ni poder ofrecerle al Señor su dudosa caridad cristiana.









SORRENTO.

Tras la estancia en Roma, tomamos un tren que nos lleva a Nápoles para dirigirnos directamente a la ciudad de Sorrento ubicada en la Costa Amalfitana. El tren que comunica Nápoles con Sorrento es, además de lento, siniestro y está lleno de gente marginal pero, como dice Alfonso exagerando bastante, es muy interesante. Sorrento nos recibe con un calor húmedo muy desagradable y tras una tediosa caminata llegamos por fin al Camping “Nube d´Argento” dónde nos hospedamos. Desde la recepción del camping ya empiezo a notar que mi fino italiano es menos comprensible para estos sureños y que, a su vez, me resulta cada vez más difícil entender lo que me quieren decir. Tras una comida tardía, cara y bastante mejorable en el propio camping, decidimos pasear por la ribera del mar y alquilamos un pedalete que nos permitió darnos un chapuzón en las caldeadas aguas del Tirreno.
Al día siguiente tomamos un bus hacia Amalfi para pasar el tiempo que nos queda en una pseudo playa, los buseros conducen como locos y el recorrido, aunque se hace demasiado pesado y largo, permite observar paisajes de relativa belleza. Tomamos tren de vuelta a Nápoles con sensaciones contrarias, yo soy el que queda más decepcionado y se va más “quemado” de la Costa Amalfitana.






 







NÁPOLES.

Llegamos a Nápoles cuando ya empieza a atardecer y salimos escopetados de la estación de Garibaldi porque nos han hablado bastante mal de la gente que deambula por la zona. Tomamos rumbo, a pata, a nuestro apartamento que se encuentra  en un barrio bajo relativamente cerca de la estación que nos hace estar alerta. Llegamos al apartamento ante la atenta mirada de los vecinos del barrial que no quitan ojo a nuestras pertenencias y empezamos a tomar consciencia de dónde nos hemos metido. Tras pasar la prueba de fuego y sobrevivir a la primera noche, amanecemos con ciertas precauciones en mente y salimos precavidos a hacer turismo por la ciudad pues no tendremos más que un día entero para empaparnos de su idiosincrasia. Me llevo la impresión de que hay muchas ciudades en una sola y que realmente merece la pena ir sabiendo a donde se va. Interesante el barrio español, la Galería Umberto l, las vistas desde el Castillo de San Telmo y, sobre todo, me emociona entrar al hall del Teatro de San Carlos –el más antiguo teatro de opera del mundo en activo- y observar que esa misma noche se representa el Rigoletto de Verdi con mi admirada y coetánea Marina Monzó en el primer reparto aunque lamentablemente no podemos asumir el coste de las entradas.  Desgraciadamente no demasiadas hay fotos de nuestro paso por esta peculiar ciudad pues, entre las precauciones tomadas, Alfonso decidió esconder la cámara dentro del apartamento.

Aquí nos surgió una duda que ocupó largas y acaloradas discusiones en suelo napolitano y que, por favor, nos encantaría pudieseis resolvernos. ¿Cuántas muelas y cuantos colmillos tienen los tigres y, sobre todo, por qué tienen ese número concreto?






ESLOVENIA.

Comienza nuestra retirada de Italia, para lo cuál tomamos un tren de Nápoles a Roma, un avión de Roma a Trieste y en esta ciudad, que no llegamos a visitar por falta de tiempo y ganas, cogemos un bus -por llamarlo de alguna manera- que nos lleva a la  cercana ciudad eslovena de Koper.

El bus que nos lleva a Koper llega con más de una hora de retraso y está comandado por dos conductores que se comunican como si fueran animales. Durante la espera conocemos a un fiorentino de avanzada edad con el que mantenemos una conversación interesante sobre Madrid e Italia y también intercambiamos algunas palabras sobre el panorama de la lírica actual.
En Koper tenemos alquilado un coche para poder movernos los próximos cuatro días por Eslovenia, aunque nos asentaremos en una pueblecito llamado Nomenj relativamente cerca del lago de Bled.  Paseando por Koper, mientras esperamos a que nos preparen el coche, nos damos cuenta que hemos cambiado de aires y que, por fin, volvemos a encontrarnos con una sociedad algo más cívica que la del sur de Italia.  Todo está más cuidado y la gente es más amable y cercana. Pronto advertimos que nuestra primera impresión no era un espejismo y que realmente el destino de Eslovenia, que había propuesto Pascual, había sido muy acertado. Nos hospedamos en la última planta de un bonito chalet cuidado con mimo por una encantadora señora mayor que, sin duda, es la anfitriona perfecta en el momento adecuado. Durante la estancia nos invitó a licor de miel y nos regaló, además de muchas carcajadas sin sentido, huevos de sus gallinas que fueron objeto de una acalorada discusión con Alfonso propiciada por el uso y disfrute que hizo de ellos.

Los paisajes de Eslovenia me recuerdan en muchas ocasiones a los del norte de España, más concretamente a Asturias por la grandeza sus montañas, aunque la baja densidad de población y turismo suponen en éste caso un valor diferencial casi inigualable. Todos los días nos movemos bastantes kilómetros y los viajes en el coche no son todo lo cómodos que hubiésemos deseado porque las carreteras estaban llenas de pequeños puertos y nuestro chófer tiene una forma poco ortodoxa de entenderse con los coches. A nivel personal me impresionó el parque natural de Tolmen en el que nos bañamos en pozas con el agua a siete grados centígrados (conviene aclarar que sobre cero) y, sobre todo, me fascinó la breve etapa que hicimos de la Ruta de la Paz de la l Guerra Mundial con nuestra parada en la Fortaleza Hermman en dónde tuve la oportunidad de entonar el aria de Tosca “e lucevan l´stelle”.

Tras cuatro noches hospedados en Nomenj, dónde nos llegamos a sentir en casa, tomamos rumbo hacia Maribor para devolver el coche y tomar un  par de autobuses que nos llevasen a Bratislava.

Tras un interminable viaje en el bus más incómodo que se pueda uno imaginar y rodeados de la peor calaña llegamos a Viena dónde tenemos menos de cinco minutos para tomar el bus que nos lleva a Bratislava y llegar al hostel que teníamos reservado, o eso creíamos, para pasar la última noche del viaje. Por razones ajenas a nuestra voluntad,  no a nuestro intelecto, confundimos la fecha en la reserva y casi nos vemos obligaos a pasar la noche al raso. Finalmente, el espíritu empresarial del dueño del Hostel, hizo que pudieramos dormir los cuatro en una habitación doble…yo me eché al suelo para pasar una noche en vela.  Por la mañana nos dimos un paseo por la ciudad y visitamos la Iglesia de San Martín que tanto nos había recomendado el  citado encargado del hostel y que a mi, a nivel personal, tanto me recordó a Cervantes y a su referencia a la Iglesia de San Martín de Castañeda en Sanabria. Tras comer en una terraza con buena temperatura tomamos rumbo al aeropuerto para tomar el vuelo que nos devolvía a Madrid.














ESCALA EN MADRID.

Finalizado el recién mencionado viaje, y con tan sólo unas pocas horas para descansar en la distancia de la compañía indicada, comenzaba una nueva aventura que tendría una duración desigual para según que miembro de la misma. Así pues los cuatro de antes recibíamos en el punto de salida a tres nuevas personas, mejor dicho mujeres, adheridas a nuestra locura. Por si no había sido suficiente con los trece temidos días de comunión aventurera, esta nueva aventura estaba conformada, como digo, por los mismos raros que por fin respiraban con la presencia del aire fresco que debían traer las nuevas incorporaciones. El acoplo de estas incorporaciones era algo incierto para quienes menos las conocían, para mi era jugar a caballo ganador. Recibimos a Begoña, Belén y Montse en Camporeal por gentileza de Alfonso para pasar la noche de antes del viaje y así poder adelantar la hora de salida y pasar más tiempo en nuestro primer destino. Lamentablemente, Alfonso, por imprevistos de última hora, no pudo salir con nosotros y se tuvo que incorporar más tarde al viaje. 

Así pues, la mañana del 25 de julio tomamos rumbo desde Camporeal a Coimbra. Al ser seis, y no disponer de un gran monovolumen, tuvimos que dividirnos en dos coches que quedaron distribuidos de la siguiente manera; Enrique y Miguel en un coche con bastante carga de equipaje, y las chicas –demostrando el buen gusto a la hora de elegir- con un servidor paciente y santo en el otro coche también con una carga de equipaje absurda y sin sentido. Mientras que todos los chicos formamos parte del mismo grupo de amigos en Madrid, las chicas son de Valencia y nuestro nexo de unión es Corcubión. Con Belén y Montse comparto alegrías en Corcubión y Begoña es de su grupo de Valencia así que para no liar más el asunto podemos señalar que el nexo común es, más o menos, Corcubión y que, en mayor o menor medida de verosimilitud, todos, aunque con distinto grado de confianza, nos conocíamos. Esto último es importante ya que el alto grado de confianza que tengo con ambos grupos ha supuesto que haya sido yo la persona que ha tenido que sufrir vejaciones y maltrato por ambas partes.

COIMBRA.

Aclarado lo cuál,  y retomando el viaje en el punto de partida, tras unas horas en los coches llegamos a Coimbra donde aprovechamos para comer relativamente mal. La gente está algo cansada y todavía no se ha llegado al grado de confianza y confort deseado entre ambas partes para que las conversaciones fluyan a lo más absurdo y lleven a Belén al éxtasis que exterioriza con su risa contagiosa.
En Coímbra visitamos las dos catedrales, paseamos por la calle principal y subimos a la Universidad dónde asistimos a un concierto gratuito de una tuna femenina a la que todos presumimos pocas horas de ensayo. Pronto tenemos que bajar hacia los coches para tomar rumbo a la casa de campo que tenemos alquilada a unos veinte kilómetros de la ciudad. Bajamos por el jardín botánico a paso de tortuga con demasiadas paradas para la fotografía femenina y cuando, por fin, tomamos el buen rumbo alguna indeseable se nos pierde dentro de un bazar chino para comprarse un bikini de dudosa calidad por algún centimillo. Montse sobrevive a un ataque agudo de miedo.

Por fin llegamos al que será nuestro hogar la primera noche. Es una casa de campo con el encanto que le proporciona el paso del tiempo, la decoración recargada y la soledad del lugar en dónde se ubica. Preparamos la cena con los medios que nos da el menaje que dispone la casa y nos emplazamos hasta el nuevo día que nos recibirá con la inestimable compañía de un batallón gatuno.




PORTO.


Ya desayunados, nos despedimos de nuestros amigos los gatos y subimos a los coches para tomar rumbo hacia la segunda ciudad más poblada de Portugal. Llegamos a la ciudad y aparcamos cerca de la ribera del Duero para pasear cerca del río y disfrutar del ambiente que siempre proyecta ese foro. El paseo es agradable pero se nos pasa la hora de comer y tenemos que buscar un lugar donde “encher o bandullo” para seguir con fuerzas durante el resto del día. Después de comer, aprovechamos para ir a conocer el apartamento donde pasaremos la noche y dejar nuestras pertenencias. Nos hospedamos en un piso moderno y limpio y ubicado en un lugar envidiable, a tan solo unos metros del Puente de Luis l. Empieza a caer el día y decidimos, cruzar el puente, e ir a pasear por la parte de arriba de la ciudad en dónde contemplaremos un bonito atardecer con las carcajadas que nacen de la confianza ganada. Volvemos a nuestro hogar para iniciar una breve tertulia nocturna y observar admirados la capacidad de Begoña de centrifugarse la cara sin llegar a ahogarse.






BRAGA Y VIANA DO CASTELO.

El ambiente es de lo más distendido y el viaje ha tomado ya otro ritmo. Antes de llegar a Braga decidimos acercarnos a la costa para visitar la Praia do Aterro y observar la rompiente de olas que traicionan la indumentaria mal elegida de quién se cree secretaria sexy en vez de lo que es, turista vulgar. Comemos en una terraza sobre la misma playa y la desgraciada se apodera de mi al verter sobre la mesa la limonada que servía de antídoto para superar el insufrible calor que nos acompañaba. Después de que alguien hiciese un simpa sin querer… evitarlo, vuelta al coche para tomar rumbo a Braga. En este trayecto, unas dormían, el otro conducía y la otra aprovechaba para leer un prestigioso cuento que hablaba de un personaje inigualable del que no recuerdo ahora bien el nombre.
Llegamos a Braga y nos encontramos acosados por un gorrilla portugués con dotes de encantador de serpientes. Paseamos en búsqueda de monumentos y farmacias mientras hacemos tiempo para esperar a Alfonso que, por fin, se une a nuestro séquito. Destacar el espectáculo del hombre y la mujer que representaban en la fachada trasera de la Catedral los movimientos de la naturaleza y los seis pares de calcetines que me compré por seis euros en una tienda de la ciudad. Con Alfonso adherido al viaje, ya caída la noche tomamos rumbo a Viana do Castelo dónde trataremos de dormir. En la carretera, advertimos una luna llena increíble que casi nos cuesta una discusión.
Ya alojados en casa y hecho el reparto de las habitaciones, intentamos planear las visitas del día siguiente que será cuando dejemos Portugal para entrar en Galicia.




VALENÇA DO MINHO Y A GUARDA.


Alfonso nos había propuesto visitar Valença y, aunque no debe servir de precedente, como se demostró al dejarle elegir el vino de la comida, acertamos al hacerle caso. En Valença se disfruta de una ciudad construida en el interior de una fortaleza dónde nos topamos con unas tiendas que ralentizaron nuestro paseo y el poder adquisitivo de nuestros bolsillos. Creo que fue precisamente en Valença dónde Begoña empezó a renunciar a los imanes de nevera para subir el nivel y decantarse por vestidos veraniegos. Después de comer, por fin, entrabamos en mi tierra y yo estaba algo inquieto pues debo reconocer que, aunque Portugal me encantó una vez más, a terriña tira moito. Nuestro primer destino gallego no podía ser otro que La Guardia,  y ahí teníamos reservado un apartamento para hacer noche. Emociona subir al alto de Santa Tecla y ver como el Miño se une con el todopoderoso Océano Atlántico. Creo que nuestra visita sirvió para que Montse empezará a ver castros celtas en los vallados de piedra de cualquier aldea gallega y, sobre todo, para que los tenderos de las tiendas de recuerdos pidiesen una orden de alejamiento para que el referido proyecto de persona dejase de atentar contra sus pertenencias. Sin embargo, en honor a la verdad,  debo decir que gracias a su vandalismo tengo un bonito llavero que me hará recordar con morriña lo acaecido.  Una vez visitado tan solemne lugar que pone a nuestra disposición la madre naturaleza, bajamos al puerto para disfrutar de los grupos tradicionales que ambientaban la Feira do Peixe Espada. Después de cenar, y tomar un copita, volvimos a la carpa del puerto para aumentar el reducido aforo que disfrutaba del afamado grupo pop “Los gatos y el sexo”.



ISLAS CÍES.

Amanecemos temprano en La Guardia porque las circunstancias obligan a ello. Tenemos que llegar pronto a Vigo para tomar el barco que nos sacara de territorio continental y nos hará pasar una noche en la única de las Islas Cíes en que está permitido pernoctar. El viaje a Vigo se complica porque hay que hacer paradas técnicas para calmar mareos patológicos pero, afortunadamente, y aún temiendo haber podido quedarnos sin coche y maletas por nuestra elección de aparcamiento, llegamos a tiempo para coger el barco. Una vez llegamos a las Cíes, solicitamos parcelas para montar nuestras dos tiendas de campaña y empezar a disfrutar de la naturaleza. Después de cumplir los imperativos, decidimos ir a la parte más escondida de la Playa de Rodas dónde, por cierto, estaba soplando un viento frio que se hacía desagradable. Después de comer con la compañía de gaviotas temerarias, Enrique se decide a darse un chapuzón y pronto me corroe la envidia insana. Nos ponemos a bucear mientras el resto del grupo decide retirarse a otro lado y observamos con admiración los sargos y robalizas más grandes con los que hemos nadado nunca.
Tras algo más de una hora de disfrute máximo al remojo, partimos al encuentro del resto del grupo. Nos reunimos en la playa que se encuentra más al sur de la isla y, tras jugar a las cartas y cantar unos corridos, decidimos hacer una excursión hacia el faro. Volvemos hacia la zona de acampada para cenar, echar un parchís y escondernos de la lluvia en las tiendas. Probablemente la noche en la Cíes fue la más dura del verano por la lluvia, por el calor que hacía dentro de la tienda y porque en la tienda no había nada de espacio para dormir.
Amanecemos relativamente temprano para tomar el primer barco que nos devuelva a Vigo porque la noche ha sido dura y queremos llegar a comer en Corcubión.





 




(Aclarar que hablaré de Corcubión tal y como lo siento y, por lo tanto, en sentido inclusivo. En alguna ocasión para referirme a su vecino y hermano Cee hablaré de Corcubión pues, al menos para mi, representan las dos caras de una misma moneda)


1ªEtapa de CORCUBIÓN.


El cosquilleo iba in crescendo. Ya no se trataba sólo de estar en Galicia sino de llegar al lugar en dónde mejor me encuentro: Corcubión. He aprendido que cuando las mujeres tienen hambre es mejor no rechistar, ni siquiera hablar,  y por eso nos plegamos a su deseo, que en realidad era el de todos, de tratar de llegar rápido para poder comer en “Valentín”. Así lo hicimos, después del caldo, las lentejas, las milanesas y las terneras, que regamos con buen vino cosechero pelón, llegaríamos a casa donde tendríamos tiempo para descansar y relajarnos.  Comenzaba una nueva etapa en la que tocaba dejar a un lado el espíritu de nómada y, por fin, me asentaría en casa.  

En Corcubión nos esperaban Julio y Lara con los que aprovechamos la primera tarde yendo de excursión al mirador de San Pedro de Redonda dónde contemplamos una vez más la grandeza de nuestra querida ría. El primer día en Corcubión era, al mismo tiempo, el último día que tendríamos para disfrutar de la compañía de Begoña y esa eventualidad nos obligaba a exprimir la noche para que se llevará un buen recuerdo del viaje. Así llegó la primera de las muchas noches en que Montse, Belén y yo recurríamos  al Dados para convertirlo en nuestra propia casa –y la de futuros comparecientes- con la paciencia y el beneplácito de su dueño Victor.  Esa noche disfrutamos de una clase de zumba de lo más subrealista  pero tan divertida que ojalá podamos repetirla muy a menudo.

A las seis y cuarto de la madrugada había quedado con Begoña para ir al aeropuerto de Santiago dónde ella tomaría su vuelo a Valencia y yo, unas horas más tarde, recogería a mis padres y a mi tía que llegaban de Madrid para pasar el mes de agosto. Tras una interesante charla marujeando,  y  con un poco de emoción, pues no oí la alarma a tiempo e hice esperar a la pobre Begoña, llegamos al aeropuerto con tiempo suficiente para que la viajera no perdiese el vuelo. Horas después, con la familia aterrizada, vuelta a Corcubión dónde esperaban mis invitados.

Sin tiempo para descansar, decidimos ir a cenar a Santiago y aprovechar para dejar en aeropuerto a Belén quién, aunque volvería días más tarde, también se marchaba de viaje unos días. A Santiago fuimos todos, eran las primeras fiestas del Apóstol en algo más de un lustro en que la fachada de la Catedral lucía sin andamios. En la misma Plaza del Obradoiro, como es tradición por esas fechas, la tuna de Derecho seducía a los transeúntes cantando y bailando debajo de los soportales del magnífico Pazo de Raxoi. Tras pasear por el casco viejo de Compostela y debatir bastante el lugar dónde cenaríamos, se impuso el criterio catalán de Lareta que nos llevó a tapear algo en la terraza del emblemático “Casa Camilo”.  Luego, antes de tomar el camino de vuelta, dimos rienda suelta a nuestro espíritu infantil y nos subimos a alguna de las atracciones que los feriantes habían montado a un lado de la Alameda. Al día siguiente, al tiempo que despedíamos las nuevas marchas de Lara y Enrique, con las llegadas de Alba, Kim, Sonso y Manu recibimos las primeras visitas del verano.

Entre paseos en lancha, salidas nocturnas, visitas a playas e intentos fallidos de pesca, pronto se le agotaba el tiempo en Corcubión a nuestros invitados. Durante uno de estos paseos en lancha, surgió la anécdota más asquerosa que recuerdo y que probablemente quién la sufrió, Miguel, no olvidará jamás.  Tuvo la mala “pata” de convertirse en el cebo perfecto de unos canijos al pisar el excremento ¿humano? que estos mismos, con toda la intención, habían dispuesto en el muelle con ese único fin.

Por la noche, para continuar con el trasiego, iríamos a Zas para disfrutar de uno de los eventos más esperados del año: La Carballeira. Como Alfonso y Enrique andaban ya por otros lares, y teníamos sitio en el coche, tuvimos la suerte de poder disfrutar de la compañía de Fede que, además de ser artista y hermano de Belén y Montse, se caracteriza por tener el bostezo más divertido y oportuno del mundo. Antes de entrar en los conciertos, y mientras disfrutábamos de la siempre divertida y musical compañía de Fisterra y sus amigos valencianos, recibimos con entusiasmo la llegada de nuestro queridísimo David que, como veréis, es mi compañero del alma en la etapa estival. Al singular recinto entramos tarde y aunque tan sólo pudimos disfrutar de un solo grupo fue, sin duda, una gran Carballeira que mereció mucho la pena. Al día siguiente perdí al último compañero madrileño que seguía soportando mi compañía, Miguel se despedía de Corcubión.

Tras jornadas de tanta intensidad y pocas horas de sueño, durante un par de días, los planes se relajaron algo. Con todo, y a pesar de la tranquilidad de los planes, algo hicimos mal ya que estos días le sirvieron a Kim para tomar la decisión de no volver a invitarnos nunca más a su casa para ahorrarse así el riesgo de que ésta pueda ser desvalijada por sus torpes invitados.
Ahora nuestra plan nocturno de referencia era “La Gavilla”  pero, siendo sinceros, no nos resistimos mucho a las tentaciones que nos harían seguir acabando la noche en “el Dados”.  Durante esta etapa, además de las personas ya citadas, disfrutamos de la compañía de Álvaro y  nos encontrábamos con los integrantes del afamado reality “Soy Irene” con Edgar, Aranchulag y Carlos a la cabeza.







2ªEtapa de CORCUBIÓN.

Durante esta etapa, quizá la más intensa, además de haberse llenado mi casa con la llegada de mis hermanos, recibimos el mayor número de visitas.
Kim recibió la visita de Jesús {Hesú} quién, viniendo de la otra punta de España, además de sentido del humor y simpatía, trajo la suficiente lucidez y cultura para desatascar las trabas que a los demás nos generaban los juegos de mesa pensados para niños de cinco años.
Montse, por su parte, recibió la visita de dos enajenadas mentales llamadas Marta y Ana que, sin duda, fueron uno de los mejores descubrimientos y regalos del verano.
Pumba, un peso pesado en nuestro grupo, prefirió hacer otros planes más exóticos con mejores amistades y tan sólo nos acompañó durante un fin de semana.
Al final de esta etapa llegaron por un lado Paula y Pipo -a quién hasta entonces conocíamos sólo de oídas- y Belén que, por fin, retornaba al lugar del que no debió haber salido nunca con más ganas de juerga que nunca.

El día ocho, primer día lluvioso del bochornoso verano que llevábamos, mientras Kim y Jesús se quedaban descansando en la villa histórica de Corcubión, el resto del grupo habíamos decidido organizar una excursión al Cabo Vilán y al pueblo de Camariñas. Para ello, David y yo cogimos nuestros respectivos coches y, en compañía de Sonso y Alba,  pusimos rumbo a la Plaza de Corcubión para recoger a Montse y a sus dos invitadas que, en aquel momento, eran todavía desconocidas para nosotros. Entre que éstas nos hicieron esperar de treinta a cuarenta minutos y que Anucha se presentó con una fingida fachada algo chulesca, en un primer momento, tuve la impresión de que o bien no les apetecía mucho el plan o no pretendían caer del todo bien, pronto comprobé que la realidad era otra muy distinta.  En los trayectos de coche confirmé que la imaginación de Sonso y Alba para soltar comentarios ilógicos y absurdos sobre las leyes de la naturaleza y las infraestructuras de las piscifactorías es infinita.
Tras la excursión llegaría la primera noche en el “Dados” con las nuevas incorporaciones, se confirma que están locas y son muy peligrosas.  

David y yo teníamos ganas de hacer wake pero era difícil porque  para ello necesitamos una mar calma -que se da muy pocas veces- y, sobre todo, tendríamos que renunciar a planes con el resto de gente ya que si nos acompañaba alguien en la lancha nos faltaría potencia para ponernos en pie o, en mi caso, para intentarlo.
Una tarde en la playa de Gures, de casualidad,  se dio la ocasión perfecta para mostrar nuestras respectivas habilidades sobre la tabla. Todos reposaban sus cansados cuerpos en las toallas que habían desplegado sobre las arenas de la preciosa y escondida cala tras haber navegado sobre las “aguas tranquilas” de la ensenada en el famoso yate con nombre de reptil que capitanea este servidor.

El viernes diez de agosto, para recibir la efímera visita de Pumba, decidimos ir al “Semáforo” de Fisterra a disfrutar del precioso atardecer que ahí se contempla y  de un nuevo concierto que ofrecía grupo local “Blackandblue”. Yo, a causa de mi cita con Verdi en la Casa da Cultura de Cee, sólo tuve tiempo de escuchar dos canciones. Me adherí de nuevo al grupo después de la representación de “La Traviata” y, aunque era tarde, la noche dio para mucho. Sonso, que se iba a la mañana siguiente, y Alba en su condición de “abuelas” del grupo abandonaron enseguida y a toda prisa quedando cerca de la ruina en su maratón de pánico de regreso a casa. Recuerdo bien como cuando ya siendo tarde -debían ser cerca de las siete de la mañana- el trio de enajenadas mentales  aguantaba como si no pasara el tiempo, demostrando que no son mortales.  Yo convencí a Gumba, que estaba casi tan desatada como ellas, para irnos a casa –pues dormiría con Sonsoles en casa- a reponer fuerzas. En el camino de vuelta nos encontramos a una señora que salía con bolsas para ir a hacer la compra.

Las largas noches no me impedían madrugar y esa mañana me levante relativamente temprano para acompañar a mi familia a hacer unas gestiones y poder aprovechar la tarde en la Feria del Mar de Muxía. Mis deseos fueron tumbados muy  pronto por las autoridades competentes que, a mis espaldas,  decidieron que primero había que ir  autoridades competentes que exigían la exposición previa al sol en alguna playa dónde, por cosas del destino, la fama llamaría a nuestra puerta. Por lógica aplastante, la playa elegida fue Nemiña. Esa tarde, además del infernal calor que nos acosaba, la marea estaba demasiado alta y no rompían las olas. Cuál asentamiento gitano, aterrizamos en la playa con una guitarra, palas de pádel, un parchís, dos sillas de playa y alguna sombrilla que, sin duda, despertaban el interés de los presentes y, entre todos, el de unos periodistas de la televisión local de Galicia que vieron en nosotros un blanco perfecto para desprestigiar el nuevo capítulo del programa “Aqui hai praia” que estaban filmando. Os dejo el enlace del capítulo para que vosotros mismos podáis juzgar el percal y, sobre todo, el nivel de pádel que se enseña en las escuelas de ingeniería:   
Después de nuestra gran aportación al mundo de la televisión, decidimos poner rumbo a Muxía dónde esperaban Gumba, Alba, Kim y Jesus para disfrutar de la Feria del Mar. En honor a la verdad debo decir que la Feria fue más bonita y divertida el verano anterior pero, con todo, es una cita que no debe perderse.  
Minutos antes de salir de Muxía recordamos que era el día de las “lágrimas de San Lorenzo” y que no debíamos dejar de ver el espectáculo que  seguro nos ofrecería el despejado cielo. Con las bajas de Kim, Jesús y Gumba, algo de munición y ropa de invierno aparecimos en Lume dónde Marta vivió un recibimiento soñado que seguro nunca olvidará. A pesar de que era tarde, la sabida cortesía que define a las pulgas de playa es infinita y sin apenas haber pisado la arena de la misma, gentilmente se acercaron en masa a recibirnos con gran algarabía. Durante toda la velada nos acompañaron estos simpáticos animalitos y disfrutaron con nosotros del cielo, de los improperios de Marta, de la App de Ana y de los ronquidos de Alba y David.


El domingo era el último día de los hispalenses y la tarde no era muy apacible. El orballo en Galicia es tradición y cuando no se tiene se añora mucho, así que fue él quién decidió el plan; tocaba trivial y agua tónica en la terraza del “Quenxeiro”. El trivial “infantil” pudo con todos menos con Jesús, y una vez rendidos decidimos desistir y probar suerte con otra cosa. Así fue como nos descubrieron el Papelito Blanco, nuevo juego  preferido de la “mega transigente” Alba. Después del divertido juego y de las aguas tónicas, la noche despertaba más interés y el Pindo parecía convertirse ineludiblemente en nuestro destino inmediato. Tras despedirnos de Kim y Jesús y asumir nuevamente la baja de Alba, las almas joviales nos encaminamos al pueblo que recibe el nombre de su granítico y mitológico monte. Entre debates existencialistas, bailoteos al estilo “Rajoy”, fiebres no impeditivas de alboradas,  caídas a desagües putrefactos y misterios que quieren seguir siendo misterios, se resume una noche original en el PinDo que no pinTó mal.
Esta etapa llega a su fin con la marcha de Marta y Ana. Para disfrutar del espléndido día que las iba a ver marchar, tomamos rumbo, unos por carretera y otros por mar, a la playa de Lume dónde nuestras entrañables amigas disfrutan de su último chapuzón.

 















   



3ªEtapa de CORCUBIÓN.

La última etapa ponía comienzo con la llegada de la Xunqueira. Los mayores de la zona recuerdan como eran las Xunqueiras del pasado, sólo superadas por los antiguos San Roques, llenos de música de calidad y jolgorio callejero. Últimamente ha decaído mucho el nivel de las fiestas de la patrona de Cee pero ello no es óbice para ausentarse de las mismas. Así que tras dejar a nuestras últimas bajas en el aeropuerto de Santiago y recoger a mi hermano que acababa de aterrizar, puse rumbo al relleno de Cee.
Esos días, además de fuegos artificiales, las orquestas y los pubs de la zona de raíces se convierten en el epicentro de los ceénses y sus vecinos.
Entre noche y noche, a pesar de las adversidades que suponían la climatología y el usar un juguete como ancla, David y yo pudimos disfrutar durante algunas horas de las artes pesqueras de los únicos que aciertan con la caña; Fede y Edgar.

El irremediable paso del tiempo nos sitúo en el último día de nuestro más fiel compañero, David. Para despedirle como merecía decidimos hacer un plan especial yendo a La Coruña a comer y a tomar unos refrigerios.  Llegamos a La Coruña a la hora de comer y el buen criterio de Poti, que suele estar escondido y pocas veces ve la luz,  nos llevo a tapear muy bien en la mítica “Estrella”.  Por la tarde, rápidas visitas a la Praia de Lapas, Hércules y su torre, y, por último,  antes de refrigerarnos, pequeño paseo por la Ciudad Vieja. Antes de volver, visitas a nuestro amigo del “Mesón la Casa del Pulpo”, quién demostró ser pequeñito pero juguetón,  y a María Pita para jugar a acertijos entre groserías y enfados ficticios que pudieron acabar con trágicamente.

Ya sin David, y con las escasas visitas de Julio, me convertía en el único chico de nuestro cada vez más residual grupo. Afortunadamente, la compasión de los pequeños nos acogió con los brazos abiertos y no hubo lugar a soledad alguna.  En estos días se formó  “el trio bertorella” un grupo sólido que vivió muchas escapadas y estados de ánimo y, sin duda, perdurará para siempre. Hasta que la mayor del trio nos volvió a abandonar, disfrutamos de Las Lobeiras, puestas de sol en playas hasta entonces insólitas, conciertos familiares, fiestas  Folk y muchos  otros recuerdos que vivirán siempre en nosotros.

El trio se convirtió durante unos días en un dúo muy mal avenido. Afortunadamente, además de contar puntualmente con la compañía de nuestros menores, las visitas de respectivas amistades, hicieron que los cuchillos no llegasen a volar y que yo lo pueda contar hoy. Tras una noche de orquestas con final fatal, pues un absurdo error a la hora de elegir las llaves me llevó a dormir al raso de mi jardín, recibiríamos con entusiasmo a Rafa, Viquitucha y Marinucha que repetían estancia en Corcubión.
Para ellos preparamos una sardiñada en casa en el que, por sorpresa,  se convertiría en el último día de Julio. Antes de la Sardiñada, forzados por Rafa, fuimos al maravilloso “Museo de la Pesca” de Fisterra. Éste está ubicado en el Castillo de San Carlos y es dirigido por Alexander Nerium,  un entrañable hombre de mar que una vez más demostró como los escandallos y las nasas bien explicadas ”pueden convertir un lugar tan pequeño en una algo muy grande”.
Por la tarde, con las sardinas encima, nos tiramos al mar para que conocieran desde el agua otra perspectiva de la ría y para que Rafa, pescador de mucho nivel, sustentase a mi familia con sus capturas marinas. El yate sufrió pequeños problemas técnicos y el resto de la tripulación los ataques de histeria de una Marinucha que pocos minutos antes había impresionado con su figurín de modelo veraniego. Pronto, tras una breve parada en boxes para limpiar el carburador, la embarcación recuperó toda su magia y pudimos volver a puerto a toda prisa para no soportar los refunfuños de Viky al pobre Rafa.
Después de que Marina me emocionara al recibirme en la arena de Quenxe con una toalla –nunca nadie había hecho algo tan bonito por mi- y tras una rápida ducha para entrar en calor, nos unimos en el Facho a la otra visita que nos amablemente nos ofrecieron Fisterra, su hermano y el simpático Speencer. Los madrileños, aquejados por el viento del norte, pronto emprendieron rumbo de vuelta hacia las Rias Baixas.

Para recibir al mes de septiembre, el día uno del mes de las siete lluvias emprendí camino a Porto do Son dónde me esperaban Viquitucha y Rafa para enseñarme lugares bucólicos que o bien no conocía o hacía tiempo que no visitaba. El viaje no fue cómodo porque estaba enfermo y el coche empezaba a dar señales negativas. Con algo de paciencia conseguí llegar al encuentro de Rafa y minutos más tarde al de Viquitucha que venía con su amigo el tabaco. Por la mañana me llevaron al magnífico Castro de Baroña que años antes había visitado con mi padre. Hacía un calor atómico y, antes de comer unas deliciosas almejar a la marinera y un impresionante arroz con marisco, nos dimos un baño en la Playa de Arnela que fue revitalizante. Por la tarde visitamos el Mirador de la Curota -uno de los miradores más emocionantes que he conocido- y la Playa de la Furnas -dónde el famoso Ramon Sampedro quedó tetrapléjico- que  en esos momentos recibía la visita de unos arroaces.  

Tras disfrutar de su generosa invitación, por miedo a que pasará lo que finalmente pase, tomé camino de vuelta a casa. En el camino se me quedó parado el coche por un problema con la caja de cambios que me hizo tener que volver en grúa con uno de los señores más amables y aparentemente buenos que he conocido. Afortunadamente todo sufrimiento tiene su recompensa y, sin duda, la visita express de Mar compensó y mucho el sufrido viaje accidentado. De ella, como de su hermana, tan sólo pudimos disfrutar aquella noche y la tarde del día siguiente en la que Carlos, Sandra, Montse y yo nos acercamos a Muxía para subir y bajar sin parar de discutir al Facho, disfrutar del orballo en Lourido y del atardecer de la Barca.
El problema del coche se había solucionado con el alquiler de otro que, por cierto, era insoportablemente inteligente. Estos últimos días tuvimos la suerte de disfrutar de Sandra “La Ruana” que por fin, tras un verano de intenso trabajo tras la barra de uno de los mejores y más conocidos restaurantes de Corcubión, disfrutaba de unos días  vacaciones y descanso en compañía del dúo anteriormente referido. Con Sandra salieron planes turísticos preciosos y muy divertidos  aunque hubo algún momento en que la vida de Montse y la mía propia estuvieron en serio peligro.
Los arándanos presenciaron todos estos planes en los que, a mi juicio,  cabe destacar el encuentro con la familia más peculiar que nunca jamás hubiera imaginado conocer y, sobre todo,  el último día disfrutado de los impresionantes paisajes de Camelle (con la casa y el museo de Man), Camariñas (cementerio de los ingleses), Arou y Vilán. También repetimos planes en lugares habituales como el chiringuito de Lires, el Calmachicha o el Semáforo de Fisterra.  Así se llegaron últimas despedidas en tierras gallegas que llenaron de emoción y lágrimas al sector femenino.

El último sentido adiós fue el de Potichueliña que, no contenta con haber sido la amiga más molesta que se puede tener durante casi un mes y medio, me acompañó hasta Madrid antes de regresar a su Valencia natal.














Fin a la historia de un tiempo feliz que he disfrutado mucho, me ha descubierto a personas fantásticas y ha reafirmado amistades impagables.  Gracias a todos.






COLORADÍN PERBORADO



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